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Recordé
cuando mi padre decía que todas las partes de mi cuerpo eran iguales y
no debía sentir vergüenza al mostrar ninguna de ellas porque todas eran
parte de mi. Empecé a pensar las diferentes facetas de mi vida, de mi comportamiento, mis habilidades, mis gustos y aficiones igual que las de mi cuerpo eran dignas de amor. Al final
decidí mostrar no todo y en todo momento pero quizás sí más de lo que
cabria esperar.
Llegaron los juicios externos acerca de la
inadecuación de mi conducta. Llego la culpabilización y el miedo. No
estaba preparada para las consecuencias. Me hicieron daño. Pensé que me
había equivocado. Pensé que había sido demasiado ingenua pensando que
los demás no iban a juzgarme y a recomendarme otra forma de ser, de
actuar, de pensar.
Pero
luego recordé aquellos que se sorprendieron y se maravillaron. Recordé a
los que se alegraron. Recordé por fin vivir tranquila, sin límites
absurdos ni persianas que subir y bajar, luces que encender y apagar,
ángulos que esconder. Pensé que sólo tenia que ser realista y aceptar
que siempre encontraría a quien creyera que mi conducta, mi forma de
pensar y de ser era "inadecuada" o reprobable.
Olvidé
que, aunque a mi me gusta cuando la gente se desnuda. Que aunque a
muchos nos parece bonito, sensual, poético, increíble aún hay muchas
personas atrapadas en las redes de los convencionalismos como yo lo
estaba. Se me olvidó que muchos no están preparados ni saben
reaccionar con naturalidad cuando ven en la ventana de enfrente a una
mujer desnuda.
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