Normalmente no entro a valorar si está bien o no cómo la gente piensa, lo que las personas hacen con su vida.
No creo que mi forma de ver y entender el mundo sea la mejor. Es la que me gusta.
Creo en la diversidad. La valoro. Me parece enriquecedora.
Cada día estoy más convencida de que es acertado ese sentimiento que me indica que la forma suprema de amor se encuentra en dejar ser y respetar cómo cada uno, piensa viva y siente. Aunque con ello sufra o incluso esté jugándose la vida y/o la salud.
Sin embargo, existen ciertas creencias en las que se arraigan ciertas injusticias y sufrimientos humanos. Ciertas creencias acerca de cómo es la vida que culpabilizan, que dejan sin defensa posible y ahí no me callo y nunca me callaré.
No esperes someterme a la ley del silencio.
Si entiendo que tu forma de ver el mundo puede tener consecuencias nefastas en el sentir de otros seres vulnerables no me voy a callar.
Porque a menos que te llames Dios tu no posees la sabiduría del mundo y sin embargo eres responsable de las consecuencias de tus palabras. Creo que es mi responsabilidad recordártelo.
Todas las palabras y los silencios, las presencias y las ausencias, los abrazos y los rechazos, todos tienen peso como las piedras y hay corazones de agua que las absorben en sus profundidades hasta hacerlas suyas infrigiendoles bienestar o dolor.
Así que quiero que cuando lances esa piedra pienses. ¿Estoy infriengiendo bienestar o dolor? ¿Cómo sé que estoy en lo cierto y no que me estoy equivocando? ¿Cuales son las consecuencias de lo que estoy escribiendo, diciendo, expresando? ¿Cómo va a influir en las personas a las que me estoy dirigiendo?
Eso es lo que quiero. Que seas consciente de el peso de tus palabras y de tus actos, incluyendo los que no se dijeron o no se hicieron cuando debieron existir.
Por lo demás, para mi, todo está bien en ti y en lo que haces.
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