viernes, 6 de mayo de 2016
La medida de la felicidad
Fue un día hace tres años a principios de marzo de 2013. Yo estaba delante de la puerta de la Escoleta de educación infantil esperando que saliera mi hija. Conmigo estaba acompañando una de mis mejores y más queridas amigas. Se llama Mari.
Estábamos a punto de cumplir 40 años y mi amiga estaba dispuesta a celebrarlo por todo lo alto. Me comentó ilusionada si podía escribir algo para aquel momento. Algo gracioso como yo solía hacer hace años. Algo con chispa y emoción. Automáticamente giré mi cabeza y le respondí con ese estilo cortante que a veces me adorna que yo ya no estaba para esas cosas. "Lo siento Mari. Ya no soy la de antes. - Dije fríamente-. Ya no tengo ganas de tonterías. No me siento capaz de escribir nada gracioso. No tengo ganas de reírme de nada. ". Lo dije como quien habla del tiempo y al mirar a mi amiga vi que lloraba y le pregunté por qué, pero no me contestó. Creo que las dos sentimos lo mismo. Sentíamos que yo ya no existía. Que era otra. Que aquella persona con la que había reído tantas veces se había esfumado y ya no había nada que hacer.
Estos tres años han sido un largo camino. Diría que he viajado mucho por mi interior y me he perdido. He luchado contra mi misma, contra mis emociones, mis pensamientos, mis creencias. He pasado mucho miedo. Desde las profundidades de un lugar oscuro y frío me he agarrado a todo lo que sobresalía entre las zarzas para salir de esa oscuridad. He pasado largas noches de insomnio, días de lágrimas que parecían eternos. He buscado ayuda hasta encontrarla sin saber buscar y sin tener ganas. Me levantaba porque tenia que levantarme, salia de casa porque tenia que salir.
Cuando sales de ese lugar te das cuenta de que parte de tu vida es un desierto. Que hay personas de las que debes alejarte sólo porque tu instinto te dice que no te están haciendo ningún bien, se están bebiendo toda el agua que necesitas para crecer. Resulta, que las bombas de tu tristeza han hecho mella en tus seres queridos y las ciudades de la confianza se han quedado en ruinas y hay que reconstruir todo lo que has destrozado con tu amargura. Sigues sin poder reír. Te parece que la vida no tiene, perdonad la expresión, ni puta gracia. Pero sigues en ello, intentando encontrarte. No sabes muy bien a donde vas y eso te angustia. Pero sí que sabes donde no quieres volver.
Entonces un día sucede algo bueno y sientes algo con sabor a "dejà vu". Una pequeña grieta en la tristeza deja pasar la luz y empiezas a reírte de algo absurdo. De algo que te cuentan. De un recuerdo de ti que alguien trae. Una voz que dice que le ayudaste un día y está convencida de que sigues ahí escondida. Entonces empieza la montaña rusa. De pronto en lo mas alto y de pronto caídas en picado. Temes reír porque temes caer desde la risa al llanto en cuestión de horas. La vida te da vértigo y quieres frenarla, quedarte en punto muerto. La inseguridad se apodera de ti y no te sientes capaz de tomar las riendas de tu propio yo desbocado que te tiene atemorizada.
Pero continuas construyendo por dentro tu mundo y por fuera tus relaciones. Empiezas a definir una nueva vida, un nuevo mundo, ese que quieres. Con menos ruido, con menos cosas, con menos caos con más paredes limpias y mucha ternura. Abres las puertas que te llevan a nuevas relaciones enriquecedoras con personas que te aportan alegria, confianza en ti misma. Aprendes a ver más allá, a ver los intereses creados por los que no quieres moverte. Distingues entre personas que te dieron la mano y personas que te la jugaron haciendo ver que te apoyaban. Cierras puertas que no debiste abrir y te despides de quien nunca te quiso bien (como te mereces).
Sueñas con ser feliz pero no lo eres. Intentas que sean felices los que amas al menos. Empiezas a hacer cosas bonitas, cosas que llenan tu mundo de aquello que te alegra el corazón. Bailas un poco, cantas un poco, sonríes, escuchas esas canciones que el amor te entregó. Ayudas a otros. Sientes que vales la pena, que vivirías contigo misma y serías capaz de hacerte feliz.
Un día algo malo sucede y no te sientes superada por ello. Empiezas a sentir que manejas tus emociones. Estás consiguiendo dejar de sufrir innecesariamente. Te descubres de pronto bromeando sobre algo y eso te vuelve a dejar un sabor de "dejà vu" que te gusta. Te acabas de encontrar, eras tu "la graciosa", esa que tu amiga perdió hace tres años. Entonces entiendes por qué lloraba. Entonces ella vuelve y te recuerda cuando erais adolescentes y vuelves a reír.
Mi amiga Mari ahora vive en el campo a muchos kilómetros de mi. Pero vino a vernos hace unas semanas. Fuimos a cenar y me dijo que un día dando un paseo vio un rebaño de ovejas y pensó que las personas somos bastante como ellas, así de tontas, que si hay un ruido nos ponemos nerviosas, que si una va hacia la derecha todas las demás van detrás. Contó que viendo a las ovejas vio a una que no tenia nada que ver con las otras estaba como en su mundo y parecía bailar. Se movía para un lado y para otro a su aire y pensó que esa era yo.
"Es cierto Mari. Esa soy yo", - le contesté- , y de nuevo volvimos a reír juntas contentas de habernos vuelto encontrar en todos los sentidos.
Porque la risa es sin duda la medida de la felicidad.
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