Hasta hace poco no tenia cortinas en mi dormitorio. El edificio de
enfrente al otro lado de la calle parecía estar demasiado cerca. Con
total seguridad cualquier vecino un poco avispado podía verme desnuda al
cambiarme de ropa. Así que durante 10 años todas las noches bajaba la
persiana para ponerme el pijama por la noche o para vestirme por la
mañana. Nunca me paraba a pensar que podía pasar si
alguien me veía. Simplemente era impensable que alguien ajeno a mi
intimidad pudiera contemplar mi cuerpo desnudo.
Lo
mismo pasaba con mi otra intimidad. Me refiero a mi particular manera
de ver las cosas, mis sentimientos, mis valores, mis sueños. Consciente de mis imperfecciones, sintiéndome insegura, sabiendo que era muy vulnerable, con
experiencias previas desagradables no me apetecía ser transparente. No
me apetecía desnudarme delante de la otra ventana.
Pero era necesario
para crecer. Porque ya no existían las puertas y por la ventana sólo se
veía la noche. Porque el aire estaba enrarecido y sacar a relucir lo
nunca visto era una alternativa atractiva para continuar y abrir nuevos caminos. Encontré el valor suficiente
para decidir quererme y la inconsciencia suicida para lanzarme.
Recordé
cuando mi padre decía que todas las partes de mi cuerpo eran iguales y
no debía sentir vergüenza al mostrar ninguna de ellas porque todas eran
parte de mi. Empecé a pensar las diferentes facetas de mi vida, de mi comportamiento, mis habilidades, mis gustos y aficiones igual que las de mi cuerpo eran dignas de amor. Al final
decidí mostrar no todo y en todo momento pero quizás sí más de lo que
cabria esperar.
Llegaron los juicios externos acerca de la
inadecuación de mi conducta. Llego la culpabilización y el miedo. No
estaba preparada para las consecuencias. Me hicieron daño. Pensé que me
había equivocado. Pensé que había sido demasiado ingenua pensando que
los demás no iban a juzgarme y a recomendarme otra forma de ser, de
actuar, de pensar.
Pero
luego recordé aquellos que se sorprendieron y se maravillaron. Recordé a
los que se alegraron. Recordé por fin vivir tranquila, sin límites
absurdos ni persianas que subir y bajar, luces que encender y apagar,
ángulos que esconder. Pensé que sólo tenia que ser realista y aceptar
que siempre encontraría a quien creyera que mi conducta, mi forma de
pensar y de ser era "inadecuada" o reprobable.
Olvidé
que, aunque a mi me gusta cuando la gente se desnuda. Que aunque a
muchos nos parece bonito, sensual, poético, increíble aún hay muchas
personas atrapadas en las redes de los convencionalismos como yo lo
estaba. Se me olvidó que muchos no están preparados ni saben
reaccionar con naturalidad cuando ven en la ventana de enfrente a una
mujer desnuda.
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